Una mañana de Septiembre, cercana a la luna llena. Las cortinas mariposean al viento y los rayos del sol entran cálidos en la habitación. Con música «soul» en el ambiente, me encuentro desnuda frente al espejo, bailando y moviendo mis caderas con dulzura y suavidad, conectada a la sensualidad de la melodía.
Me observo y me descubro en el reflejo de mi mirada, mis pupilas se dilatan cómplices y llenas de erotismo. Mi corta melena al movimiento halaga mi nuca. El sol me calienta por la espalda, destellando mi aura dorada.
Acaricio mi piel con unas gotas de fino aceite con aroma floral que me invita a soñar con los jardines griegos de Delfos, como una diosa juguetona, corriendo desnuda y libre entre las verdes arboledas y miles de flores sagradas violetas, azules y blancas. Mis sentidos se disparan en todo mi ser. Deslizo las manos por mi bello cuerpo, sintiendo la suavidad de la piel como la seda, mis pezones se estremecen.
Me dirijo a mi Monte de Venus deseoso de amor. Cuando acerco los dedos a mi sexo ya húmedo y tierno, mis labios los acogen dilatados en gozo. Me encuentro con la cabeza de la serpiente despierta, a tacto sutil y delicado. El calor emerge como un volcán en erupción subiendo el ardor hasta enrojecer las mejillas y la boca.
Inhalo y exhalo, haciendo circular el deleite de la energía en todo mi cuerpo de forma infinita de ida y vuelta sin cesar. En este momento ya no estoy sola, siento su primer beso en el cuello, abrazándome por la espalda. Vuelvo a ver el mar en el horizonte de aquel atardecer.
Cierro los ojos, le siento poderoso dentro de mi. Mi mente ya perdida, da protagonismo al corazón latiendo cada vez más fuerte e intenso. Me pide bailar en la burbuja del éxtasis, donde nuestras energías femenina y masculina se fusionan en el perfecto unisono, la fuerza prima del amor.
Cabalgando sobre el caballo alado, volamos juntos más allá del cielo, donde las almas gemelas parten como esferas deseosas del reencuentro. La pasión nos alza de nuevo hasta estallar en polvo de estrellas, como si de tocar una nebulosa se tratase.
En unos segundos del no tiempo, vuelvo a mi cuerpo drogado por el elixir divino de nuestra unión. Mi corazón late hasta el extremo de explotar todo mi cuerpo estremecido y vibrante de gloria. Un gemido final sale de mi boca, como el de una fuente, aullando a la luna.
Vuelvo a estar sola frente al espejo, mujer salvaje empoderada en mi sensualidad. Esta vez plena de felicidad, aparto la mano de mi pubis extasiado y beso mis dedos del néctar sagrado.
Dedicado a la mujer salvaje que hay en ti, frente al espejo.
Un fuerte abrazo,
Rebeca
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